Cómo caminamos
Lex orandi
Caminamos orando y oramos caminando:
Con esta expresión llevamos el foco de la oración a la práctica contemplativa,
aquella práctica orante que posibilita en la persona la capacidad de permanecer abierta y presente.
Cinco soportes/anclajes nos facilitan esa apertura al fresco, delicado y sutil soplo del Espíritu.
1. La atención a la postura corporal
La apertura a la trascendencia ocurre en los límites de nuestra corporalidad: desde ella nos recibimos y desde ella nos entregamos.
A través del cuerpo nos abrimos a percibir las sensaciones que surgen, en actitud de escucha, sin juzgar, con atención consciente. Habitamos nuestro cuerpo, nos hacemos presentes en él. Y a través de él podemos acoger ese espacio inmenso de vida que somos en esencia.
Es importante mantener durante la meditación una postura corporal erguida que facilite el fluir de la energía por el cuerpo.
Un breve recorrido de los pies a la cabeza y viceversa ayuda a encontrar ese punto medio que nos sostiene en el banquito, silla o cojín, cada vez que nos sentamos, al inicio de la meditación.
Se trata de alinear la columna vertebral con el eje vertical que conecta tierra-cielo; eje por el que circula la fuerza de la gravedad, que nos mantiene enraizados en la postura.
La correcta alineación permite la relajación y la relajación posibilita la elasticidad, porque quietud no significa rigidez ni inmovilidad, ya que todo el cuerpo está vivo.
2. La atención a la respiración
Cuando se atiende al fluir de la respiración, conduce a un estado en el que la mente se calma y permite hacerse receptivo a regiones más hondas de la experiencia interior.
La respiración es la escucha de ese movimiento de acogida y entrega de la vida a cada instante a través de los dos tiempos: inspiración y exhalación. Cultivamos la apertura a la misma respiración con el agradecimiento de ser respirados en el propio ritmo.
La exhalación se corresponde con el momento de dar y de abandonarse. Es el adiestramiento de la entrega, de la donación de sí. Uno va aprendiendo a darse en este exhalar, a desprenderse de lo recibido.
La inhalación es reflejo del deseo que tenemos del Ser que nos da el ser, y la exhalación es imagen del don en el que estamos llamados a convertirnos.
Cada respiración es un nacer y un morir. Nos introducimos en el ritmo de prender y desprenderse del que están hechas todas las situaciones de nuestra existencia.
Observamos cómo entra y sale el aire por las fosas nasales, luego, cómo desciende hacia la faringe, laringe, tráquea, pulmones y diafragma, vientre (inspiración). Y fijamos la atención en el sentido inverso (exhalación). Nos entregamos a este movimiento, que como una ola nos recorre.
La respiración se da siempre y únicamente en el presente. Cuando nos hacemos conscientes de ella significa que estamos en el presente, y estando presentes nos podemos abrir a la Presencia.
3. La atención a las manos
El centro de las palmas de las manos es un lugar privilegiado, donde se pueden sentir con particular intensidad los flujos de energía.
Se trata de dirigir la atención al centro de las palmas de las manos y escuchar lo que sucede en su interior, para descubrir lo que proviene de ellas como una ofrenda.
Las manos son ese potente anclaje de atención, escucha y disponibilidad para abrirnos y reconocernos en la propia indigencia y más allá de ella.
Al comienzo somos nosotros quienes sostenemos las manos; cuando avanzamos, descubrimos que son las manos las que nos sostienen.
4. La escucha de la palabra sagrada o mantra
La repetición constante del mantra integra todo nuestro ser. Comenzamos diciendo el mantra en nuestra mente. Pero al progresar, el mantra empieza a sonar no tanto en la cabeza como en el corazón. Es decir, parece arraigarse en lo más hondo de nuestro ser.
Cuando la palabra surge, dejamos que resuene en nosotros, permitimos que nos recorra al inspirar y nos entregamos a ella al exhalar. Confiamos y nos confiamos a la fuerza del mantra.
El mantra nace del corazón, pero para ello hay que mantenerse a la escucha, dejar que fluya. Cada cual debe encontrar su mantra y dejarse trascender por él, ya que no es mental, ni emocional, ni enunciativo. El mantra nos hace Uno con lo contemplado. Va configurando nuestra vida en la cotidianidad de toda nuestra existencia.
“Resume esta intención en una palabra y así te resultará más fácil retenerla… y con presteza préndela en tu corazón… con esta palabra arrojarás todo pensamiento”.
(La nube del no-saber, S.XIV)
5. La comunidad
Meditar, orar o contemplar en comunidad es el quinto soporte que se descubre. No forma parte inicialmente de los cuatro anclajes para la percepción y, sin embargo, lo es de modo transversal y fundamental a todos ellos. Se experimenta la fuerza del grupo compartiendo el mismo tiempo y espacios meditativos. Del mismo modo que varias llamas juntas dan más luz y calor que una sola vela, también la meditación en común desprende una irradiación mayor que la meditación individual.
Es también constitutivo como elemento del camino, la escucha sagrada que se hace al final de algunos de los espacios meditativos. Poder expresar lo que he vivido y escuchar a los demás lo que han vivido durante el Silencio constituye un elemento axial de nuestro camino.
Presentación de los anclajes
Tres accesos a la Fuente
Nuestra práctica meditativa-contemplativa tiene tres accesos o tres acentos que activan tres registros diferentes para acercarse a la Fuente y abrirse a la Presencia:
- La vía de la percepción, en la práctica meditativa se centra en la atención a las sensaciones corporales, a la respiración y al centro de las palmas de las manos. A través de esa primera vía puede alcanzarse un alto estado de autopresencia ante la Presencia silente.
- La vía del corazón, a través de la respiración y de la pronunciación y repetición del mantra o Nombre sagrado, de modo que nos abrimos a Dios con todo nuestro ser en la inspiración y nos entregamos a Él con la exhalación. Ello pone el acento en la dimensión relacional de la experiencia espiritual.
- La vía de la conciencia del testigo, en la cual uno se sitúa en la actitud del observador, no desde la mente juzgadora, inquisitorial o analizadora, sino desde un estado de consciencia ecuánime en el que se observa lo que acontece y se repite “Yo soy” o se inquiere “¿Quién soy?”, de manera que se va diluyendo la consciencia egoica en el Ser esencial.
Estas tres vías están abiertas en todo momento pero puede ser más preponderante una u otra según cada persona y el momento en el que se encuentre.