Fuentes

A partir de nuestra pertenencia a la comunidad cristiana, nos sentimos herederos de la tradición contemplativa de la humanidad. Ya en la tradición bíblica algunos profetas se retiraron al monte Carmelo. Más tarde, a partir del siglo IV, cuando el cristianismo salió de la clandestinidad, algunos hombres y mujeres sedientos de Dios se retiraron al desierto y empezaron a repetir allí el nombre de Jesús, Palabra hecha oración y respiración. Esa sencilla práctica les fue configurando y revelando su propia naturaleza crística.

La tradición contemplativa atravesó toda la Edad Media creando comunidades monásticas y órdenes mendicantes de franciscanos y de dominicos. En el siglo XVI se dio una nueva manifestación en la tradición mística de la Iglesia a través de San Ignacio de Loyola. En el inicio de su caminar, en la Manresa del siglo XVI, ante el río Cardoner, una Luz atravesó la mente y el corazón de aquel peregrino. Hoy en día, en el mismo sitio en el que vivió San Ignacio aquella experiencia, en la cueva donde hacía siete horas diarias de oración, existe un Centro de Espiritualidad que preserva ese momento.  

Desde entonces, el río continuó su curso en el corazón de muchos seres que se iluminaban a su paso. Franz Jalics fue receptáculo de esa larga tradición, actualizándola y aportando nuevos elementos. 

Ese Fuego que tratamos de preservar se enriquece asimismo con la aportación de las tradiciones que provienen de oriente. Su sabiduría y sus métodos han permitido que la llama contemplativa se avive en occidente.

Así pues, sentimos que pertenecemos a un linaje espiritual que se nutre de una misma Agua que brota en diferentes manantiales y de un mismo Fuego que arde en diferentes hogueras. Sentimos también que esa Agua y ese Fuego sostienen nuestro caminar.

Nuestros referentes son, no solo maestros de oración, sino también maestros de vida.

La oración silente y en quietud que practicamos en Camino de Contemplación se inserta en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio a partir de la “Contemplación para alcanzar amor”. El “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, memoria, entendimiento y toda mi voluntad” (EE 234) que pronuncia el ejercitante se convierte en el umbral de nuestro Camino, allí donde la memoria (las imágenes bíblicas, evangélicas o personales), el entendimiento (la discursividad de la mente) y la voluntad (la activación de los afectos) quedan suspendidos para adentrarse en lo que se abre a partir de ello: “Dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta” (EE 234).

Asimismo, nuestra práctica se puede poner claramente en relación con el tercer modo de orar que san Ignacio presenta al final de los Ejercicios, donde dice:

“El tercer modo de orar es que con cada anhélito o resollo se ha de orar mentalmente diciendo una palabra del Padrenuestro, o de otra oración que se rece, de manera que una sola palabra se diga entre un anhélito y otro; y mientras durare el tiempo de un anhélito a otro, se mire principalmente en la significación de la tal palabra, o en la persona a quien reza, o en la bajeza de sí mismo, o en la diferencia de tanta alteza a tanta bajeza propia” (EE 258).

Es decir, el camino que proponemos está previsto en los mismos Ejercicios ignacianos en el momento y para el momento en que uno se sienta llamado a recorrerlo. Lo bello es que lo hacemos conjuntamente, acompañándonos en este silencio, “donde el amado da y comunica al amante cuanto tiene o puede” (EE 231) “por estar en uno con el amor divino” (EE 370), que es como acaba el libro de los Ejercicios. Es en ese mismo punto en el que terminan los Ejercicios donde comienza y avanza nuestro Camino.

“por estar en uno con el amor divino”

(EE 370)