Cómo caminamos
Lex credendi
El modo de orar transforma el modo de creer
La no-dualidad
Camino de Contemplación participa plenamente de lo que hoy se identifica como una comprensión no-dual de la realidad y de la relación entre Dios y el ser humano, entre la realidad invisible y la visible, entre Creador, creación y criaturas.


La Cristofanía
Estamos en un tiempo nuevo en el que se está dando una nueva comprensión de Jesús: la cristología (el estudio sobre Jesús) está llamada a convertirse en cristofanía, en experiencia de Jesús y en Jesús, lo cual abre el camino interior hacia la plenitud. Jesús es Aquel que estuvo radicalmente abierto al Padre (la Fuente) y a la realidad que le circundaba.
Cada ser humano está llamado a ser una prolongación suya, un destello cristofánico. Cuando la humanidad se aleja y se desconecta de su origen, pierde todo sentido y vive desorientada; pero cuando se adentra en el acontecimiento crístico -el modo cristiano de expresar la plena confluencia de lo humano con lo divino-, reencuentra su rumbo.
La realidad cosmoteándrica: las tres dimensiones de la realidad
Hacemos nuestra la visión integral de Raimon Panikkar.

La dimensión divina
La oración silenciosa abre a la Presencia que late en todo y ayuda a venerar de un modo natural los diversos caminos religiosos de la humanidad.
El silencio ayuda a descubrir que todos somos seres en camino y que estamos llamados al encuentro y a compartir el legado que nos nutre para enriquecer nuestra experiencia de búsqueda del sentido de la vida. Hasta hace unas décadas, esta apertura estaba muy condicionada por la cultura, la religión o el lugar en que una persona nacía y se desarrollaba. Hoy, en un contexto cada vez más intercultural e interreligioso, estamos llamados a celebrar esta diferencia y a honrarnos unos a otros, practicando la hospitalidad sagrada.
Nos ayuda a comprender que las religiones son diferentes ventanas hacia Dios, diferentes formas de acercarnos al Absoluto, según el momento histórico o el lugar geográfico en el que nos situemos. Nos ayuda a no absolutizar nuestra forma de acercarnos al Absoluto. Lo absoluto es que todos los seres humanos, de cualquier religión, lengua, nacionalidad… formamos parte de una única Realidad y que cada uno es un destello único del Único.
Del silencio surge el verdadero diálogo interreligioso, y nos enseña a escucharnos y acogernos mutuamente desde lo profundo, desde el corazón, lo cual nos dispone a acoger la Presencia que habita en todo ser humano.
La dimensión humana
El conocimiento de uno mismo
No hay encuentro con Dios que al mismo tiempo no sea un encuentro con uno mismo. De la misma manera que no puede haber un verdadero encuentro con uno mismo que no nos conduzca a Dios.
El Camino del silencio lleva a un conocimiento cada vez más profundo de uno mismo porque abre zonas a las que la mente consciente no llega. Expuestos durante la meditación a las profundidades que abre el silencio, aprendemos a acoger las imágenes, dolores o sensaciones que surgen del inconsciente para liberar nuestro pasado.
Todo ello nos ayuda a abrazar nuestra propia sombra.
Conocimiento y aceptación de los demás
El silencio nos enseña que cuanto más nos conocemos a nosotros mismos, más conocemos y aceptamos a los demás, porque los demás son destellos del Uno, como también lo soy yo mismo.
Acogemos la responsabilidad de conocernos a nosotros mismos como condición de posibilidad de relacionarnos con los demás. Ello nos lleva progresivamente a una mirada sin juicio sobre los demás, a una empatía cada vez mayor y a un compromiso solidario con el resto de la humanidad.


La dimensión cósmica
Nos sentimos responsables de cuidar la naturaleza relacionándonos con ella de forma sagrada.
Responsabilidad que brota de la veneración a la madre tierra y del respeto por cada forma de vida.
La atención consciente y agradecida al caminar, al comer, al vestirnos, hace germinar connaturalmente la reverencia por la naturaleza.
Reverencia que nos alienta al compromiso y a la responsabilidad respecto a lo que comemos y consumimos.